En su libro “Recuerdos de Vicuña y otros relatos del valle”, el autor Daniel Toro Ponce relata una historia ocurrida hace muchos años en el caserío de Casuto, que está situado en la falda del cerro que cierra a El Molle por el lado norte. Allí hay una gran caverna natural, que en los lejanos tiempos servía de refugio a los primeros habitantes del valle de Elqui. Sin embargo, se comenta que esa caverna guarda uno de los grandes misterios de El Molle. Esto porque allí se habrían efectuado aquelarres, razón por la cual al lugar se le conoce como la “Cueva de los brujos”.
A causa del temor que infundían estas personas, cuentan los viejos aldeanos de El Molle que antes nadie se aventuraba siquiera a acercarse al caserío de Casuto, donde hasta principios del siglo XX seguía habitado sólo por los descendientes directos de los primeros nativos de la región. Eran hombres de aspecto sombrío, altos, enjutos, morenos, de andar silencioso, poco comunicativos. Daban la impresión que no conocían el lenguaje castellano.
Se dice que la cueva era iluminada por numerosas y extrañas luces, que hacían aparecer todo con reflejos dorados. Los muros se convertían en verdaderos espejos. En medio de ella se encontraba una gran mesa, llena de apetitosos manjares y enormes jarros, llenos con bebidas espirituosas y espumantes. Según siguen contando los viejos aldeanos, las ceremonias eran presididas por un extraño ser, representado por un ente llamado por los indígenas El Zapay, que era igual a un inmenso macho cabrío. Él ocupaba un sillón que estaba frente a la mesa.Los campesinos, en su fantástico relato, sostienen que al finalizar el espantoso y diabólico aquelarre, los brujos se despiden con una colosal orgía de alcohol y sexo, donde se confunden hombres y mujeres con el macho cabrío, todos girando en un loco frenesí, hasta quedar prácticamente sin sentido. Cuando vuelven en sí, todo ha desaparecido. Y regresan en silencio a sus ranchos de Casuto.