Hace tan sólo unos días todavía estaba allí. En su casa de calle Lincoln en el pueblo de Las Cruces, a cientos de kilómetros de la Región de Coquimbo, o a cientos de años luz, poco importa a estas alturas.
Ya se fue. El pasado martes la muerte esquiva no lo evadió y sin preguntar se lo llevó, dejando a la antipoesía huérfana y al mundo del arte desconsolado.
¿La última vez que lo vimos? Nosotros, por televisión. ¿Usted? Probablemente también, sentado, detrás de la pantalla, pasando una reja, más allá de un ventanal que parece acorazado contra la legítima curiosidad o la razonable morbosidad de nuestra especie, protegiéndolo.
Sí, allí. Tomando un café (o algo en un tazón blanco), con un abrigo de algún color, o tal vez no –los recuerdos son en blanco y negro, dicen-, una bufanda y un sombrero que cubre el blanco feroz de su cabello. Allí, en su casa de Las Cruces, donde dejó de respirar.
Era él, lo que sigue después del Volkswagen Beetle que gracias al reportaje de la TV, nos enteramos, aún conservaba. Era Nicanor, el hombre imaginario, el hombre centenario. Era él, y podría no serlo. Podría ser un oasis en medio de más oasis, o podría ser un poema viejo de dos líneas que no tiene sentido, o dos líneas al azar con algo de sentido que se vuelven poesía. Podría ser cualquier cosa, pero estamos demasiado lejos para descubrirlo. Un hombre, incluso, podría ser Nicanor Parra.
El mundo lo llora. Por ello, la mesa está servida de homenajes y la catedral metropolitana en Santiago se repletó por quienes querían despedir a quien alguna vez también vino a La Serena. Sí, porque alguna vez nosotros también tuvimos a Parra.
En el 2014, cuando cumplió su centenario el escritor también recibió múltiples homenajes y diario El Día igualmente lo celebró. Ahora como una forma de recordarlo, desde lejos, separados años luz de sus Palabras Obscenas, desde las anti-podas de su anti-poesía, republicamos ese reportaje que narra el episodio ocurrido hace 27 años aquella vez que estuvo en la capital regional.
UNA VISITA QUE DEJÓ HUELLA. 08 de noviembre de 1990, “si se cree en la teoría de los calendarios”. Día jueves y a las 17: 00 horas el Aula Magna de la Universidad de La Serena estaba repleta, como pocas veces. Y claro, faltaba poco para que una ilustre vista llegara al salón de calle Benavente. Llevaba unos días en La Serena y ya se había juntado con algunos escritores para oírlos en un recital de poesía, pero aquel, el de ese día, era el clímax de su estadía.
Los tenues murmullos y las risas nerviosas se tomaban el ambiente colmado de profesores, alumnos y más escritores que habían ido a ver a Nicanor Parra, quien llegó invitado por la Sochel, (Sociedad Chilena de Estudios Literarios) a su sexto congreso nacional.
No era un visitante cualquiera. Venía de ser homenajeado dos días antes en el Teatro Municipal de Santiago y claro, al igual que ahora, el halo de misterio se posaba como aura autoconstruida en torno al hermano de Violeta y aquello se percibía.
Así, lo consigna el escritor y gestor cultural de la Región de Coquimbo Arturo Volantines, uno de los que había estado con él días antes recitando y que también, por supuesto, participó el día en que Parra llegó al aula magna, también para seguir recibiendo homenajes.
“Sucede que en ese tiempo, en que veníamos saliendo de la dictadura, la gente estaba ávida de cultura. Por años nos habían privado de ese derecho y tanto la visita de Nicanor Parra, como otras actividades culturales que se hicieron en ese minuto generaban gran expectación en el mundo literario local y en todas las personas, porque, ahí no sólo habían escritores y académicos, había ingenieros y estudiantes de otras carreras que querían ver a este escritor que ya era muy connotado”, recuerda Volantines.
Y es que para el escritor local fue toda una experiencia, verlo, oírlo, conversar con él y, sobre todo, ser parte de aquel reconocimiento que se le brindó en La Serena al anti poeta.
Pero esa no era la primera vez que estaba en la zona. Según cuenta Volantines, ya había tenido la oportunidad de estar con él cuando el propio autor del Hombre Imaginario visitó su biblioteca en el segundo piso de La Recova.
“Me sorprendió su sencillez, tremendamente. Era un hombre especial, pero simple que me visitó y se generó un momento muy especial porque en ese momento mi hija que se llama Violeta estaba ahí y le pidió que le escribiera una dedicatoria en un libro. Fue muy bonito porque le escribió ‘del hermano de Violeta para la otra Violeta’”, recuerda Volantines, con algo de emoción ya que las palabras escritas sobre el roneo de la publicación marcaron tanto a la pequeña que cuando tuvo que bautizar a su primer hijo lo llamó como el creador de “Artefactos”.
“Ella, a mi nieto le puso Nicanor”, relata.
Y en esa vista también se aclararon mitos. Resulta que años antes el que Nicanor “tomara el té” con la esposa de Richard Nixon, le había costado caro, hiriendo sensibilidades de cierto sector ligado a las letras. Volantines era uno de los que no comulgaba con aquella acción, pero Parra ni siquiera tuvo que dar explicaciones, a la mayoría de los escritores regionales reticentes a su figura les bastó verlo para darse cuenta de que el episodio sólo era una causalidad. “Me quedó claro que era un independiente, que tenía un pensamiento crítico para todos lados. En lo personal, y creo que debe haberle pasado a muchos, me cambió la visión política que tenía de él”, concluye el dueño de librerías Macondo.
Otro de los que recuerda la vista de Nicanor es Luis Aguilera, actual presidente de la SECH (Sociedad de Escritores de Chile) Región de Coquimbo, quien también estuvo en la actividad en donde se celebró al mayor del clan Parra, al artista centenario. Y es ahí, donde Aguilera, autor de “El Andén de Los Sueños”, pone el énfasis, en el que el ganador del Premio Cervantes, hasta sus últimos días se mantenga lúcido habiendo entregado tanto a la literatura nacional.
“Es importante que un autor de esta categoría independiente de que a uno le pueda gustar o no lo que hace, en vida pueda recibir el reconocimiento, y que ya tenía también en buena medida cuando estuvo en la zona, sobre todo porque es más que un escritor, él forma parte de la cultura chilena en su conjunto, por la familia de la cual proviene en la que todos han hecho cosas importantes”, precisa Aguilera.
LA GRAN AMIGA DE PARRA. Sí, por televisión. De esa forma lo vimos nosotros la última vez, de esa forma, lo vio también usted. Pero ella no. Y es que en ese minuto, cuando en 1990 en el Aula Magna de la ULS esperaban ver por primera vez al poeta nacido en San Fabián de Alico en la provincia de Biobío, para la académica musicóloga Olivia Concha Molinari, no era ninguna novedad. Claro, ella lo había conocido en 1967 cuando trabajaba como docente en la Universidad de Chile y se desempeñaba en Chillán.
"Tuvimos una afinidad inmediatamente. Él estuvo en mi casa, me escuchó tocar el piano y desde ese momento que fuimos amigos", Olivia Concha, amiga de Parra
Aquel había sido el año de la muerte de Violeta Parra y allí, la académica organizó el primer homenaje a la desaparecida cantante e invitó al anti-poeta. Olivia, recuerda con lujo de detalle el momento en que Parra entró a su vida, para no salir nunca más de ella. “Tuvimos una afinidad inmediatamente. Él estuvo en mi casa, me escuchó tocar el piano, y desde ese momento que fuimos amigos”, cuenta, en su casa donde nos recibió para hablar de Parra en la víspera de su cumpleaños número 100.
Y su relación siempre estuvo marcada por la música, particularmente por el sonido de “La Violeta”. Resulta que pasaron años sin verse desde aquella oportunidad, pero el tiempo no pudo separarlos. Claro, en la década del ’80 ella lo contactó para traducir las composiciones inéditas que su hermana había dejado en Ginebra, Suiza, y él se acordaba perfectamente de Olivia, quien lo había cautivado con su talento musical. Tanto así que el poeta le permitió permanecer por dos veranos en su casa de La Reina, Santiago, junto al músico Rodolfo Norambuena para trabajar en la obra de la autora de “Gracias a la Vida”.
“Después, cuando él vino a La Serena, ya éramos amigos. Esa vez que lo trajo la Sochel compartimos mucho, él se quedó en mi casa. Hablamos mucho, él es un hombre muy conversador, muy inteligente. No perdimos contacto, de hecho, hace tres años lo visité en su casa de Las Cruces”, cuenta Olivia.
Ella también estaba presente en el homenaje de aquel jueves de noviembre del ‘90 en el Aula Magna de la ULS y coincide en la expectación que se vivía minutos antes de que el antipoeta subiera al escenario. Aquello se produjo, a eso de las 17:30, ante el aplauso cerrado de la multitud.
Pero según cuentan, la ovación duró muy poco y no porque quisieran dejar de aplaudirlo. Y es que al parecer la figura del artista intimidó a los asistentes, más aún cuando en un tono serio, el genial Nicanor preguntó al público: “¿Alguien andará con un libro mío para poder leer algo?”. Nadie respondió, pero claro, Olivia Concha lo conocía y supo qué hacer.
“Como nadie hacía nada y Nicanor tampoco, yo corrí a la librería a buscar un libro. Me acuerdo que fui corriendo, ni lo pagué, dije que lo haría después y volví a la universidad, que estaba llena, atravesé la multitud y le pasé el texto, ‘¡ah, qué bien!’, exclamó él cuando llegué y leyó algunos poemas de ese libro”, recuerda Olivia Concha, dando cuenta del carácter particular, de un hombre particular. Uno diferente, uno que podría ser un hombre o no, y que igual sería Nicanor Parra, uno de esos que nacen cada 100 años.
Al son de Violeta
Con música de Violeta Parra y la presencia de su familia, amigos y miembros del mundo de las letras y la academia nacional, se desarrolló el responso fúnebre de Nicanor Parra, fallecido a los 103 años.
Tras permanecer en la Catedral metropolitana, el último adiós fue en la comuna de El Tabo.
Al exterior de la iglesia, varias decenas de vecinos y curiosos de instalaron para despedirlo, pudiendo algunos ingresar a la ceremonia, que la familia permitió que fuera seguida desde las alturas por las cámaras.