La fórmula del discurso nacionalista y xenófobo que tuvo “favorables” resultados electorales en el otro hemisferio, al parecer ha tentado las palabras de personajes nacionales que proponen medidas al fenómeno de la migración, vinculándola tendenciosamente con otro fenómeno absolutamente diverso cual es la delincuencia. Curiosamente, muchas de las medidas propuestas ya son ley en Chile. Y doblemente curioso, fueron promulgadas en el gobierno de quienes últimamente  las han postulado. En efecto, la ley 20.603 de 27 de junio de 2012, en sus artículos 34 y siguientes contempló reglas especiales aplicables a los extranjeros, como, por ejemplo, la posibilidad de sustitución de la pena por la de expulsión del territorio nacional. Más allá de esto, no son precisamente los inmigrantes los que están cometiendo delitos. En los hechos resultan absolutamente marginales las cifras de extranjeros detenidos en las unidades policiales y los que cumplen una condena en los distintos  penales del país. Muy por el contrario, muchas veces ellos/as son víctimas de delitos. Eso considerando, además, que en la gran mayoría de los casos, el aporte de los nacionales extranjeros/as mayoritariamente ha resultado una contribución al desarrollo cultural, científico y económico de nuestro país. Como ha dicho un buen amigo, la doctrina del nacionalismo sigue plenamente vigente en sus más diversas versiones locales y ha servido para dominar pueblos y para excluir del propio a los que no son connacionales, y la mayoría de las veces esconde intereses políticos, económicos o simplemente búsqueda de popularidad. Defendemos la nación por una parte y por la otra facilitamos la explotación de la riqueza natural y del trabajo. Hacer propias ideas que propenden a la segregación y más aún, identificarnos con ellas, nos hace sentirnos superiores a las ideas y condiciones de los demás y necesariamente tiene como correlato el odio y el conflicto social al bloquear la posibilidad de observar  la realidad y los hechos tal cual son. Lo único que nos hace iguales es la diferencia y en un mundo de prejuicios las razones se convierten en abusos. En un contexto de distancia ciudadana, quizás lo lógico sería actuar en lo público con una redoblada responsabilidad de lo que se dice y hace.  

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