Dedicarse a la actividad política es por estos días un desafío. La ciudadanía a través de distintas formas de comunicación expresa malestar y disconformidad con la manera de hacer y no hacer las cosas. Todo ello, por cierto, con un alto grado de justificación, sobre todo, por aquellos hechos que han sido de público conocimiento y que han traspasado los límites de lo ético y lo legal.
La decisión de corregir el camino debe ser un acto individual, hacerse cargo de los errores propios y los ajenos, actuando con prudencia e inteligencia apartando el actuar impulsivo. De alguna forma así lo ha dicho Savater al señalar: "los más peligrosos enemigos de lo social son los que convierten los afanes sociales en pasiones feroces de su alma".
Cómo pretendemos cambiar la sociedad si no somos capaces de empezar por uno mismo, sacando las pasiones y observando que cada definición tiene un efecto en las personas. No basta con modificar la ley y establecer procedimientos y sanciones si no existe un mínimo decoro de respetarse asimismo y a lo demás.
En este contexto, y al acercase un nuevo proceso eleccionario, el sistema democrático exige contraponer posiciones e ideas para que la cada vez más disminuida ciudadanía participante determine por quién votar. Sin embargo, ya se nos ha hecho común ver que algunos de aquellos que optan a cargos públicos insisten en ofrecer una actitud de candidato repleta de críticas y de irresponsables comentarios, carentes de ideas, fundamentos y programas ajustados a lo verdaderamente realizable, que muy probablemente pueda traer un rédito en el corto plazo, pero que en términos generales continúa dañando una actividad tan noble y que expresa una vocación de servicio público.
En consecuencia, ya no basta con actuar en la actividad pública ajustado a los preceptos del derecho. No es suficiente respetar las normas electorales sólo para no perder un escaño, se hace imperante un cambio de actitud que exprese el respeto hacia el ciudadano y hacia el contendor, la necesidad de ponerse realmente en el lugar del otro, confrontando ideas y formas de ver la ciudad y las necesidades de la sociedad con soluciones factibles. En definitiva, asumir con responsabilidad el rol que se desempeña y no con denuncias sin sustentos o actitudes y discursos que pueden tener amplio eco en la red social, pero que finalmente en el largo plazo, termina siendo otro menosprecio al intelecto de las personas y sus capacidades.